Las alas de la República
Mari Pepa Colomer y Dolors Vives fueron las primeras dos mujeres de la España republicana en conseguir su título de piloto y ambas trabajaron como instructoras para el Ejército de la República durante la Guerra Civil. Vivieron vidas de leyenda, pero una década después de su fallecimiento, la mayoría de los españoles no las conocen.
(Version in English.) Fue la segunda aviadora del ejército de la República. La primera sería su amiga, Mari Pepa Colomer. A los 17 años, el 19 de enero de 1931, Mari Pepa obtenía su título oficial de piloto. Tres años más tarde, en 1935, Dolors Vives seguía su camino y conseguía una de las primeras licencias para volar. Todavía no lo sabían, pero estaban destinadas a formar parte de la historia de la aviación. Durante la Guerra Civil pasarían a convertirse en las primeras instructoras de vuelo del Ejército republicano. Sobrevivieron a la Guerra y a la derrota. Ambas protagonizaron una vida de leyenda y gozaron de una longevidad asombrosa. Hoy, cuando se cumplen diez años del fallecimiento de Dolors Vives, la gesta de estas mujeres resulta aún desconocida para la mayoría de los españoles.
Una leyenda cuenta que Mari Pepa protagonizó su primera incursión aérea con siete años, cuando a la manera de Mary Poppins se lanzó por la ventana de su casa desde un segundo piso sujeta a un paraguas.
La historia de los pilotos republicanos se ha estudiado poco. La historia de las aviadoras de la República alcanza, tal vez, la categoría de secreto. Cuesta entender la escasa atención hacia unas biografías fascinantes. Fijémonos, por ejemplo, en una fecha: 2 de agosto de 1936. Ha pasado menos de un mes desde el golpe de Estado de los militares rebeldes contra el gobierno de la República. En Barcelona, Mari Pepa Colomer se sube a una avioneta para lanzar folletos de propaganda antifascista y en defensa de la Generalitat. Pocos meses después, su compañera, Dolors Vives, alcanza el rango de alférez de aviación. En los tres años siguientes se encargan de realizar cientos de vuelos de inspección. Vigilan las costas en busca de barcos, aviones y movimientos de tropas enemigas. Al final, perdida ya la contienda, todavía realizan misiones de enlace y contribuyen a pasar combatientes al otro lado de la frontera.
Todo comenzaba en mayo de 1930. Mari Pepa Colomer, hija de un industrial textil de Sabadell, ingresa en la Escuela de Aviación de Barcelona. Una leyenda- seguramente exagerada- cuenta que protagonizó su primera incursión aérea con siete años, cuando a la manera de Mary Poppins se lanzó por la ventana de su casa desde un segundo piso sujeta a un paraguas. Criada en una familia acaudalada, lo cierto es que casi desde su infancia la joven sentía admiración por Amelia Earhart, pionera de la aviación estadounidense. Su padre, Josep Colomer, financió la matrícula del curso, y tras realizar las sesenta horas de vuelo reglamentarias, en enero de 1931 Mari Pepa se convierte en la primera mujer catalana con licencia oficial de piloto. La noticia aparece dos días más tarde en la portada del periódico La Vanguardia.
En los años treinta, cuando en muchos lugares de España los automóviles causaban asombro, los aviones fascinaban.
Una época de optimismo
Vista con la distancia del tiempo, resulta inevitable mirar la foto sin un sentimiento de nostalgia. La fotografía de La Vanguardia condensa el espíritu de una época de optimismo. En tiempos de paz la aviación tenía mucho de espectáculo público. También era una actividad esencialmente burguesa. A los selectos clubes de vuelo accedía sobre todo una clase privilegiada. En los años treinta, cuando en muchos lugares de España los automóviles causaban asombro, los aviones fascinaban. Eran el símbolo del futuro. Se sucedían los campeonatos y las exhibiciones. Los pilotos encarnaban el mundo por llegar y sus piruetas mortales hipnotizaban al público. Mari Pepa Colomer, al igual que otros pilotos, se convertiría en una figura popular. Poco después de proclamarse la República sobrevuela la ciudad con banderas tricolores. Entre sus primeros pasajeros figurará Lluís Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya. Josep Carreras, a quien conoció durante su periodo de entrenamiento y que años más tarde se convertirá en su marido, es poco menos que una celebridad. La prensa celebra sus hazañas, como sobrevolar en solitario el desierto del Sáhara y realizar con éxito un viaje de ida y vuelta a las Islas Canarias.
También Mari Pepa logra asombrar a todos. En octubre de 1932, el mismo año en que su admirada Amelia Earhart volaba por primera vez en solitario sobre el océano Atlántico, la aviadora catalana aterriza con un dirigible Zeppelin en el aeródromo de Barcelona. Fue todo un acontecimiento. Entre los muchos asistentes al evento se encuentra una joven nacida en Valls, Dolors Vives Rodon, quien no tarda en seguir sus pasos. Según contaba en una de sus últimas entrevistas, tuvo suerte por partida doble; primero, por contar con el apoyo de su familia; segundo, por obtener la única beca femenina que por entonces ofrecía el Club Aéreo de Barcelona. “Mi padre, abogado, era un hombre de convicciones democráticas”, contaba en una de sus últimas entrevistas, “alguien que se interesaba mucho por las cuestiones sociales y por la mejora de las condiciones de vida de la gente. De manera que cuando se creó Aeropopular con la idea de popularizar la aviación, que entonces era cosa casi exclusivamente de los militares, nos hizo socios enseguida. No era nada frecuente que una chica volara y mucho menos que pilotara un avión. A la gente le extrañaba”.
Ejemplo de brillante piloto, Dolors aprende rápido. El 31 de mayo de 1935 obtiene la licencia de vuelo número 217 de la Dirección General de Aeronáutica. Incluso llega a superar a su admirada Mari Pepa, al convertirse un año después den la primera mujer que obtiene el permiso de piloto de vuelo sin motor. Este segundo título, sin embargo, nunca llegaría a sus manos. Los trámites quedarían paralizados- como tantas otras cosas en España- el 17 de julio de 1936, el día en que un grupo de militares rebeldes del Ejército español en África se levanta en armas contra el Gobierno legítimo de la República.
Muchos pilotos que pocos meses atrás dejaban boquiabierto al público con sus acrobacias pasaron a convertirse en jinetes de la muerte.
Entrenando a “los señores de las moscas”
Como en una pesadilla súbita, de la noche a la mañana la aviación cambió de rostro. Muchos pilotos que pocos meses atrás dejaban boquiabierto al público con sus acrobacias pasaron a convertirse en jinetes de la muerte; dispuestos, en nombre de Dios y de la Patria, a vomitar fuego sobre plazas y calles. Con la Guerra Civil, España fue el primer país de Europa en conocer el lado más siniestro de la aviación: los bombardeos indiscriminados sobre la población civil. Para la historia de la infamia queda grabado el bombardeo de Guernica, donde una localidad entera es reducida a cenizas.
Nada más estallar la contienda Mari Pepa Colomer y Dolors Vives son llamadas a filas. Tienen una misión: ejercer como instructoras de vuelo del Ejército republicano. Pasarán a encargarse de una tarea casi imposible: formar, en cuestión de meses, un cuerpo improvisado de pilotos de combate compuesto por milicianos y voluntarios. Han de formar a soldados de apenas veinte años, muchos de los cuales nunca antes habían visto un avión en sus vidas. Así fue como, con las pocas avionetas disponibles, tomaban nociones de vuelo los futuros pilotos de las Fuerzas Aéreas de la República.
Existe una fotografía de Dolors Vives en uno de estos modelos de cabina al descubierto donde se formaban las nuevas promociones. De entre sus alumnos, quienes aprobaban pasaban a montar aviones de combate en la base militar de San Javier (Murcia). Otro grupo, normalmente los más destacados, eran enviados hasta la base de Kirovabad para continuar formándose en la Unión Soviética. De allí procedían los famosos cazas Polikarpov I-15 y I-16, más conocidos en las filas republicanas como como “Chatos” y “Moscas”.
Son esos aviones los que sorprenderían al mundo durante la Defensa de Madrid. La historia es bien conocida y constituye una de las escasas alegrías militares de la República. En noviembre de 1936, poco después de que el Gobierno de Largo Caballero trasladara su sede a Valencia previendo la caída de la capital, los pilotos republicanos derrotaron por primera vez en los aires a la Legión Cóndor alemana y los Fiat italianos de la Aviazione Legionaria. Franco, en aquella ocasión, se quedó con las ganas de poner sus botas en Madrid.
La batalla de las ideas
Hasta donde se sabe, ni Dolors ni Mari Pepa participaron oficialmente en misiones de combate. Su papel protagonista en el Ejército de la República contrasta, en todo caso, con el puesto subordinado que se reservaba a las mujeres en el bando sublevado. Los partidarios del general Franco tenían decidido que el lugar de la mujer durante la Guerra era uno muy distinto a las trincheras, las barricadas o los mandos de un avión. Basta mirar la propaganda de la época para apreciar la diferencia. Los carteles de un bando y otro hablan no sólo de un conflicto militar: ilustran también la guerra entre dos visiones del mundo. Un famoso cartel, dibujado por Cristóbal Arteche, llama a las mujeres a tomar las armas. “Les milicies us necessiten”, reza el texto, con un fondo en el que se mezclan la bandera de Cataluña, la rojinegra de la CNT y la roja de los marxistas. Al otro lado de las fronteras, un cartel del Auxilio Social de Falange instruye a las mujeres a cuidar de la familia mientras el marido se va a la guerra: “Por la madre y el hijo, por una España mejor”.
Kinder, Küche, Kirche. Casa, cocina, iglesia. El eslogan de las tres K consagrado por la Alemania nazi tenía su equivalente en las instrucciones de la Sección Femenina. Esta rama de Falange dirigida por Pilar Primo de Rivera, proclamaba con carácter sagrado la llamada “misión de la mujer”. La nueva mujer fascista debía ceñirse a tareas “puramente femeninas”: abastecimiento de ropa, trabajo en los talleres, cuidado de los combatientes que regresaban heridos, empleo en almacenes, coser y lavar la ropa.
No conviene, sin embargo, caer en la idealización. El deprimente futuro que reservaba el franquismo a las mujeres no convertía automáticamente a la República en un paraíso de la igualdad entre sexos. En la retaguardia republicana las mujeres aún tenían muchas posiciones por conquistar, y sus reivindicaciones dieron lugar a constantes fricciones durante los tres años de Guerra.
La figura emblemática de la miliciana, vestida con mono de obrero y armada con un fusil, tiene mucho de propaganda. Hubo, en efecto, un alistamiento espectacular de mujeres en los primeros meses tras el golpe militar. Rosario Sánchez (la “dinamitera” del poema de Miguel Hernández) o la mítica Lina Odena, acudieron enseguida a filas. Como también lo hicieron las aviadoras Mari Pepa Colomer y Dolors Vives. La mayor parte de las imágenes de mujeres republicanas subidas a improvisados vehículos militares o levantando barricadas proceden precisamente de estos primeros meses de movilización espontánea. Forman parte del breve período que siguió al fracaso del golpe en Barcelona, una etapa en la que la Guerra fue vivida como fiesta, el detonante de la tan esperada revolución social.
Sin embargo durante toda la Guerra las mujeres republicanas y anarquistas mantuvieron una doble lucha: un combate para transformar la sociedad y una lucha por su emancipación. Muchas organizaciones feministas hicieron suyo el lema: “Hombres al frente, mujeres al trabajo”, indicando que podían hacerse cargo de mantener la producción en las fábricas mientras sus compañeros paraban los pies al enemigo. Pero incluso la labor obrera era entendida en términos militares, de forma que las mujeres participaban en las “trincheras” de las fábricas, como parte de “brigadas de trabajo” para constituir la “vanguardia de la producción”.
Desde el principio surgieron obstáculos. Las antifascistas criticaban la falta de colaboración con que a veces eran recibidas por sus compañeros. En las fábricas, muchos hombres se veían desafiados al encontrarse a su lado mujeres realizando su mismo trabajo. En la retaguardia las labores de tipo asistencial (enfermería, auxilio de huérfanos) recaían en las mujeres. Hasta en el frente de combate existía un marcado grado de división sexual del trabajo. Como saben aquellos que hayan leído Homenaje a Cataluña, de George Orwell, o visto Tierra y libertad de Ken Loach, las luchadoras antifascistas gozaron de un insólito liderazgo en las milicias que poco a poco se vería limitado. En noviembre de 1936 las milicianas seguían en el frente, pero en un número significativamente menor. Llegado el mes de diciembre podían verse aún menos. A medida que avanzaba la guerra, y conforme no dejaban de empeorar las noticias que llegaban del frente, el espíritu de camaradería entre iguales daba paso a un ejército profesional republicano. Volvía la estructura clásica de mandos. A partir de entonces, la jerarquía militar sería netamente masculina.
El último combate
Importa, sin embargo, no perder la perspectiva. Podía haber dificultades, falta de compañerismo, hostilidad por parte de algunos camaradas. Ahora bien, en las filas republicanas tales fricciones surgían de un debate abierto, vivido intensamente. Una lucha cotidiana que en el otro lado de las líneas enemigas ni siquiera existía, pues plantear ciertas ideas podía conducir directamente a la cárcel, cuando no al pelotón de fusilamiento. Fue el caso de Amparo Barayón, esposa del novelista republicano Ramón J. Sénder, ejecutada en octubre de 1936. Su estilo de vida era considerado fuente de “pecado” contra las normas de género convencionales. Un caso menos conocido es el de Pilar Espinosa, fusilada en Ávila por un grupo de falangistas. Su delito: leer el periódico El Socialista y ser considerada una mujer “con ideas”.
Las republicanas sabían lo que defendían y por lo que luchaban. Durante los años de la República habían conocido una Constitución que garantizaba la igualdad de derechos. El artículo 36 en concreto afirmaba: “los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales”. Se había aprobado el sufragio universal. Se aprobó la ley del divorcio. En diciembre de 1936, la Generalitat de Cataluña aprobaba una ley de aborto pionera en Europa. En su conquista de los cielos, Mari Pepa Colomer y Dolors Vives no solo dos mujeres excepcionales en una época de emociones fuertes. Formaban parte de un proceso histórico de más amplia onda, de unos años en que las mujeres pelearon y consiguieron abrir espacios hasta entonces vedados para ellas en España.
Como ya sabemos, esta historia no tiene un final feliz. Cuando la Guerra Civil está irremediablemente perdida, Mari Pepa cruza los pirineos. “Todos los aviadores salimos en avión, claro. Desde el aire veíamos las largas colas de gente que caminaba hacia Francia”, contaba en una entrevista en 1984 en El País. En un principio pensaba en buscar un billete para Montevideo y reunirse con su padre, exiliado en Uruguay. En lugar de eso, una vez en Touluse contrae matrimonio con Josèp Carreras, el hombre con quien aprendió a volar. Todavía vivirían juntos una última aventura. De Francia viajarán a Surrey, al sur de Inglaterra. Allí, metidos en la II Guerra Mundial, Carreras acabaría sirviendo en las fuerzas de la RAF británica, plantando cara por segunda vez en su vida a los ataques aéreos de la Lutwaffe de Hitler. En esos años, por el contrario, el rastro de Dolors Vives se difumina. Decide permanecer en Cataluña. Los días de las mujeres aviadoras se habían terminado en la nueva España de Franco. Dolors vive entonces una vida silenciosa, alejada de la política, sacando adelante una familia de diez hijos. Hasta sus últimos días trabajó como profesora de piano.
Acabada la dictadura, Mari Pepa regresaría a España en varias ocasiones. Nunca para quedarse. Cuentan quienes la conocieron que nunca perdió una vitalidad fuera de lo común, unas contagiosas ganas de vivir. Sus últimas palabras, sin embargo, dejan un eco de tristeza. “No volveré nunca a vivir en España, a pesar de que Franco ya no esté, me da igual. Casi todos los que habían sido mis amigos han muerto y, si no, están en algún otro lugar del mundo”. Dolors, en sus últimos años, recordaba con nostalgia una época en la que llegó, literalmente, más lejos y más alto que nadie. “Después de la Guerra Civil se acabó el volar, pero me queda el recuerdo de aquella época en los libros y las fotos”. “Unos años”, dijo, “que no cambiaría por nada”.
Miguel Ángel de Lucas es periodista y doctorando de Literatura Española Contemporánea en la Universidad de Sevilla.