Ocho interpretaciones sociales de la crisis en España (2)
Nota del editor: Esta es la segunda parte de dos; la primera parte se puede leer en inglés o en castellano.
(English version.) La crisis económica española que muchos pensaron pasajera se vuelve interminable. En un intento desesperado por comprender qué ha ocurrido y qué cabe esperar del futuro próximo, prácticamente todo el mundo tiene un relato que da sentido a la situación actual. Mientras que mi primer artículo trataba de los relatos que están decayendo desde que empezó la crisis económica, en lo que sigue se pasa revista a algunos de los que han recobrado fuerza o emergido desde entonces. Así como vimos en los relatos en declive, estas interpretaciones en auge parten de un culpable y una visión determinada de la historia para acabar en ideas sobre lo que se debería hacer para “salir de la crisis” y/o avanzar hacia una sociedad mejor. En este caso, sin embargo, la interrelación entre los diferentes relatos sea quizá mucho mayor y las diferencias más difusas que en el de los relatos que están perdiendo legitimidad, entre otras cosas porque algunas de estas interpretaciones se encuentran en constante evolución, añadiendo elementos y matices discursivos según avanza la situación. De nuevo, las palabras en cursiva son algunas de las más utilizadas por cada relato.
Relato nº 5: El problema es la “clase política”.
Esta interpretación está más en auge que nunca antes en España, especialmente desde los últimos escándalos de corrupción. Presenta la idea de una casta poco cualificada, dependiente del partido y de baja integridad moral. En el imaginario colectivo resuenan los términos históricos caciquismo (gobierno despótico local asentado en familias terratenientes) y turnismo (mecanismo político de finales del siglo XIX y principios del XX en el que dos partidos se alternaban en el poder a través de elecciones sin garantías para dar la apariencia de democracia), si bien el más generalizado hoy es clase política o su versión refinada élite extractiva.
La idea tiene varios niveles de elaboración. La opinión “son todos unos ladrones y mentirosos” suele formarse a través de los medios de masas junto con algún conocimiento de nepotismo (“los partidos no son más que agencias de colocación”) o ineficacia en ámbito local. Otras posiciones, presentes en ambos lados del espectro político, ven la raíz del problema bien en la estructura jerárquica y cerrada de principales partidos; en el sistema electoral que se entiende que favorece bien el bipartidismo; la debilidad de los partidos centrales frente a “los nacionalismos” o la desconexión entre electores y elegidos. Esta distancia se ha visto reforzada últimamente por la incomunicación del Gobierno en ruedas de prensa (Rajoy da muy pocas, todas sin preguntas o incluso a través de una pantalla) y alguna importante sesión parlamentaria. Un político busca un puesto para “apoltronarse”, que es lo mismo que vivir del cuento o sin trabajar. Esta visión es tan potente que a veces se presta a errores o exageraciones más o menos malintencionadas. Algunos políticos responden a los ataques alegando que “no somos todos iguales”. Otros instrumentalizan los datos sobre fraude fiscal para argumentar que la corrupción es inseparable a la cultura española.
En respuesta a esta situación, la sociedad organizada ha decidido elevar el nivel de presión, lo que está popularizando el término porteño “escrache”, especialmente desde el anuncio (y posterior rectificación) de no admitir a trámite la Iniciativa Legislativa Popular (o ILP) presentada por la PAH para resolver el problema de los desahucios de familias hipotecadas.
Paralelamente, han experimentado gran crecimiento los partidos anti-políticos, que en general copian las ideas más populares de los dos partidos mayoritarios añadiendo un énfasis especial en reducir la cantidad de políticos, sus años de mandato y sus salarios. Su máximo exponente, en auge actualmente, es UPyD, que combina lo anterior con un fuerte centralismo.
Relato nº 6 (a): El problema es el patrón. Este relato se divide en dos, con el nexo común de señalar a las empresas como culpables. La primera interpretación nace de una visión marxista de la historia, en la que la lucha de clases es el eje fundamental. Esta perspectiva se basa en la extracción de plusvalía por parte del propietario de los medios de producción, que por definición es un explotador, al alienar (separar) al trabajador del fruto de su sudor y sus manos, sin importar el tamaño o naturaleza de su empresa. Un ejemplo recurrente son los campesinos sin tierra o jornaleros frente a los terratenientes. La solución a este problema suele proponerse mediante la construcción de un fuerte sector público (con grados diferentes de fortaleza según la propuesta) y leyes que protejan a los obreros frente a los patrones. Estos logros se consiguen mediante la articulación en partidos políticos obreros que alcancen el poder mediante las urnas o mediante una revolución, así como a través la lucha sindical, cuyo instrumento más poderoso es la huelga. Otra alternativa, menos habitual la segunda mitad del siglo XX pero creciente desde la crisis, es la propiedad y gestión cooperativa de la producción así como la ocupación de tierras. Las reformas laborales impulsadas por el PSOE y por el PP y las huelgas generales desencadenadas en consecuencia han sacado a relucir esta visión del relato, a la vez que han continuado erosionando la idea de que el PSOE pudiese ser un partido obrero. Muchos decepcionados pasan a simpatizar con Izquierda Unida, que gana adeptos.
Relato nº 6 (b): El problema son las multinacionales. La segunda visión diferencia entre pequeñas empresas y autónomos por un lado, y grandes corporaciones, multinacionales o transnacionales por otro. Según esta perspectiva, desde el auge de la globalización el capitalismo se encuentra en una nueva fase, más compleja, en la cual unos pocos conglomerados empresariales detentan el poder económico y controlan el poder político. Así, las pequeñas empresas pueden ser también “explotadas” al trabajar como subcontratas de las grandes, o verse arruinadas al no poder competir. Incluso los terratenientes de la primera visión pueden sufrir frente al poder de mercado de las distribuidoras alimentarias.
La corporación transnacional es entendida como un ente autónomo enemigo del bien común y apenas sujeto a regulación. Estas empresas no sólo explotan a sus trabajadores, sino que también destruyen el medio ambiente en su afán de maximizar el valor de sus acciones; frenan el progreso científico de productos que puedan ser competencia a los que ya comercializan, como coches eléctricos o medicamentos efectivos; propagan la sociedad de consumo a través de la publicidad y convierten bienes comunes, ideales y personas en mercancía. Así, la crisis española es entendida como un intento de estas corporaciones de aprovechar el shock social de la crisis para ampliar su mercado, consiguiendo que los políticos privaticen servicios públicos jugosos como la sanidad.
Frente a esto, el directivo de esta empresa, al que se reconoce poco margen de acción, deja de ser el principal foco de ataques. Los políticos sí reciben críticas, pero se confía poco en ellos, al entender que sus voluntades se compran mediante sistemas como el de las puertas giratorias. Las huelgas tradicionales se entienden poco efectivas en una economía de servicios cuyos trabajadores industriales son autónomos o se encuentran deslocalizados en otros países. Así, las propuestas se enfocan más hacia el poder de los consumidores y la sociedad civil, que pueden ir desde el consumo responsable o consciente, el comercio justo, las huelgas de consumo, o muy variados tipos de acciones directas y campañas de desprestigio de las multinacionales.
Relato nº 7: El problema es Madrid. En este caso, la historia del Estado español es vista como una sucesión de agresiones desde el centro hacia la periferia del país. El centro es Madrid, sede del Gobierno central que oprime, pero según los matices de percepción puede incluir también a sus habitantes. Qué regiones constituyen la periferia no es algo claro. Para algunos pueden ser las llamadas nacionalidades históricas (Galicia, País Vasco, Aragón, Catalunya, la Comunidad Valenciana y Andalucía), pero pueden ser más (Asturias, Navarra…), o menos. Han sido reprimidas, bien en su autonomía de gobierno, su acceso a recursos económicos o en sus manifestaciones culturales, siendo la más importante de ellas la lengua propia.
Hoy, la crisis económica podría solucionarse en la región de cada uno si sus habitantes pudieran tomar sus propias decisiones. Esto implica, para algunos, un mayor autogobierno, para otros, aunque sólo en algunas regiones, la independencia. Al mismo tiempo, las justificaciones para que esto sea así difieren mucho. Algunos buscan separar su identidad colectiva de la España de pandereta y toros, motivados por un sentimiento nacionalista, que puede ser de superioridad cultural o no; otros tienen la idea de utilizar la autonomía como forma de incrementar el poder de los políticos y empresarios regionales frente a los españoles. También los hay que, al contrario, ven en la independencia una vía para reforzar soberanía popular a nivel local frente a los poderes políticos y económicos de distinto orden. En cualquiera de los casos, Madrid antes formará parte del problema que de la solución, especialmente ahora que se multiplican los problemas.
Relato nº 8: El problema es el sistema. Tanto el sistema político como el sistema económico. Muchos ven el primero como la vía para cambiar el segundo, lo que le hace cobrar más importancia en las reivindicaciones. Así, este relato plantea que lo que entendemos por democracia no es algo real, si consideramos ésta como un gobierno en el que el pueblo ejerce la soberanía. Ésta se encuentra secuestrada por los mercados y la troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional), con la complacencia de los gobernantes, que se mantienen en el poder gracias a un sistema político caduco. La visión histórica se encuentra en general descuidada frente al análisis del presente, si bien no faltan alusiones a los “déficits” de la Transición, y de las décadas posteriores, lo cual constituye una crítica sobre origen del actual sistema político que inevitablemente plantea un choque generacional.
Frente a este sistema político, se plantean propuestas diversas, que van desde una simple reforma electoral en favor de un sistema más proporcional, a la mejora e innovación en mecanismos de democracia participativa –tanto los clásicos referéndums o Iniciativas Legislativas Populares, como decenas de ideas al estilo de los presupuestos participativos, cámaras sorteadas y, especialmente, las posibilidades aún no aprovechadas que ofrece internet. También hay quien propone otorgar más relevancia a las asambleas. Estas asambleas, antes testimoniales, han proliferado desde el 15-M por una miríada de barrios y pueblos de España, así como algunos partidos asamblearios.
La denominada “crisis económica” es interpretada como una gran estafa, en la cual el capital está siendo extraído del 99% de las personas para otorgárselo a políticos, banqueros y especuladores, aprovechando el miedo de gran parte de la población, que se encuentra en estado de shock por la pérdida acelerada de derechos y oportunidades y la falta de vínculos comunitarios e históricos.
Como puede verse, muchas de las críticas al sistema económico están cercanas a las que se dan en el relato 6. Sin embargo, alentados por la protesta social, muchos más temas antes ajenos al gran público han ido emergiendo, como el abuso de ciertos oligopolios, el acoso a la pequeña empresa y la desindustrialización, la indefensión del consumidor, la obsolescencia programada, la insostenibilidad ambiental del crecimiento, etc. Problemas que desvelan las contradicciones y carencias del sistema.
Esta situación ha hecho surgir multitud de alternativas económicas en el plano práctico –monedas sociales, bancos de tiempo, trueque, consumo local, huertos comunitarios, etc.- a la vez que se publican y debaten ideas y sistemas teóricos. En ambos casos caminan desde un intento más moderado de recuperar las ideas keynesianas, a una ruptura con los tradicionales modelos público y privado fortaleciendo la idea de lo comunitario, la cooperación frente a la competición y el valor frente a precio. Todo ello con múltiples hibridaciones entre unos planteamientos y otros pero con un enemigo común: el neoliberalismo.